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jueves, 1 de noviembre de 2012

Malala

El pasado día 16 esta niña pakistaní de catorce años sufrió un atentado terrorista de parte de los talibanes de su país. Ellos dicen que merece morir por ser una 'espía' de occidente, amiga de Obama y no repetar a los muyaidines (no sé cómo se escribe esta palabra, pero ni falta que hace porque es una palabra 'fea'). La violencia es injustificable, venga de donde venga; el terrorismo, como una de las manifestaciones de la violencia, es injustificable; pero cuando además se ejerce sobre la infancia, sobre las personas más indefensas, no tiene nombre.
Hoy nos dicen, desde el hospital inglés en el que quedó ingresada, que Malala se recupera de su gravedad. Recibió una herida de bala que le cruzó el rostro en trayectoria descendente desde el ojo izquierdo hasta el hombro; cinco centímetros le salvaron la vida.
Instalado en la esperanza que supone recibir estas buenas noticias, he querido traer a este rincón silencioso de charlatanes la historia actual de una niña de catorce años para dejar constancia de mi admiración por ella, por la lucha de esta niña contra unos hombres que quieren imponer ideas torcidas (y 'picudas', siguiendo a Ganivet) sobre la religión, sobre el papel de la mujer en sus vidas, sobre la educación. Su manera de denunciar es escribiendo. Al parecer, desde los once años, Malala escribe en esos cuadernos que le quieren negar los talibanes su protesta contra unos padres, hermanos, abuelos... que quieren negar el derecho a la escuela a sus hijas, a sus hermanas, a sus nietas... y que, para obligarlas a sus mandatos injustos, son capaces incluso de asesinarlas. Es muy acertada la comparación con Ana Frank: su palabra da testimonio de una sociedad enferma, como en su día lo hizo aquella niña judía, víctima en el ojo del huracán de una Europa poseída por un terrible fantasma.
Afortunadamente, Malala no está sola.