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martes, 12 de agosto de 2014

Una imagen perdurable.

Recuerdo la novela de R. Bradbury en la que los protagonistas, perseguidos por una dictadura férrea que quemaba los libros, se aprendían de memoria los últimos que habían conseguido salvar, aun a riesgo de sus vidas. De esta manera, cada hombre o mujer se identificaba con un libro hasta el punto de que no era conocido/a por su nombre de pila, sino por el libro que era capaz de recitar: "La República", de Platón; "Los viajes de Gulliver", de J. Switf... Eran 'hombres-libros' y pretendían con ello ser hombres-libres, porque sabían que la única libertad es la que da el conocimiento, contra la que los tiranos nada podrán. Sabéis que me refiero a "Fahrenheit 451" (por aquí hay alguna entrada sobre el autor, el libro y la película de Truffaut).
Este recuerdo me llega viendo la imagen de la niña palestina rescatando libros de las ruinas. No es el personaje de una novela de ficción; es la terrible realidad de un pueblo perseguido y masacrado por otro pueblo que también fue perseguido y masacrado, que todavía no ha aprendido de la Historia y que, aferrado a la Ley del Talión (la justicia bíblica del ojo por ojo y diente por diente) quiere perpetuar el culto al odio y al sufrimiento.
Miro a esta niña palestina, con su cargamento de libros rescatados de las ruinas de su pueblo, y decido que sea para mí la imagen perdurable de este genocidio, más que los llantos y los cadáveres. Porque quiero pensar que esta niña, con sus libros entre los brazos, está abriendo un camino distinto, nuevo y perdurable: el de los libros, que es conocimiento, respeto, universalidad, civilización, humanidad, frente al de los tanques, el fuego exterminador, el ojo sagrado y totalitario que todo lo ve y todo lo fulmina.