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viernes, 26 de marzo de 2010

Último recuerdo.

Os presentamos el microrrelato ganador de la última edición del concurso "Marbella Crea". Su autor es Teo Rudolphi, alumno de primero de bachillerato de ciencias. de nuestros instituo. Nos sentimos muy orgullosos y le mandamos desde aquí nuestra enhorabuena.


Me sujeta mi padre, yo acelero, corto el viento, cuesta abajo. Me encuentro frente al pastel, su intenso aroma entra por mis fosas nasales y me llena de melancolía, ahora tiene doce velas. Suena nuestra canción, estoy frente a Betty, poco a poco nos acercamos, nos besamos, nos hacemos uno. Un fogonazo me ciega, la toga me queda demasiado ancha, mi padre me sonríe, mi madre se seca con un pañuelo.

“Sí, quiero” digo mirando a Betty. “¡Qué tarde es!” pienso; vuelvo a casa del trabajo. ¿Qué es esto? ¿Betty con otro? ¿Quién es ese hijo de puta?. Paro el coche, lo descargo y lanzo la bolsa al agua. Abro los ojos. Enfrente de mí, mi madre se seca con un pañuelo. El verdugo baja el interruptor. No me arrepiento.

domingo, 21 de marzo de 2010

Pato, 16. (Microrrelato o casi)

Por Clara Zulema.
Tercero de ESO.

Hace unos días Moriano Tebieva oyó que de aquí a poco entraría la semana de feria. Y hoy deja su casa, aflojando el día de margen para llegar tras la inauguración. Aparece a la noche, y aunque ya está viejo para tantos destellos de colores y más para tanta altura y tanto contoneo, se desmadra a pescar patos. El número siete está inservible, le faltan los dos trazos negros en los ojos, y se le sale la pintura. Moriano lo levanta, y cordialmente, rechaza un pez naranja. El dueño del negocio arroja a una cesta el ajado, agarra otro flamante pato sin estrenar y dibuja en su tripa un 7. Moriano se agacha doliéndose, y les roba el usado, que enreda en su suéter antes de espantarse. No frena hasta que cesan los chispazos y el runrún.

Se presenta en su edificio con las primeras luces, disimulando la figura bajo su chaleco a la mirada de la bellísima Luca, la portera, de unos cuarenta y cinco años, medio oculta tras un larguísimo pelo negro siempre recogido, brillante de la grasa, enmarcando un rostro adornado por un ojo medio a la virulé y una nariz pequeña; además de unos cuantos dientes de menos: una venus a su juicio. Entra a su casa y se va a bañar, dejando nadar a su pato junto a él. Despliega el brazo hasta atrapar su cuaderno, y anota: ‘pato, 16’. Ha atravesado sin problemas otros quince robos. Dos denunciados. No le pueden juzgar tan rigurosamente como a las personas del todo cuerdas.

Luca aparece en casa de Moriano tras unas horas. Se encuentra un suelo lleno de charcos, que la conducen hasta la chorreante cama. Moriano duerme sonriente junto a un pato de goma. El baboso ha estado de feria y ella tragará con las críticas. La portera ventila la vivienda, vacía la bañera y sale. Al despertar el viejo, ella está tratando de dormir. Durante la noche, no logra apartar ese trasto amarillo de su cabeza, y a la mañana entra ansiosa a casa de su protegido. Éste, aunque ha tirado los quince anteriores chismes, se niega regalarle el pato. Parece anhelarlo casi como ella. Esa noche duermen juntos: Moriano, Luca, y el pato, y de esta suerte se van acumulando las siguientes, pues se descubren sufriendo al separarse de él –Luca espera en la salida cuando Moriano se extiende en el lavabo, y él le echa una mano en la limpieza del edificio mientras éste flota en el cubo de la fregona-. De madrugada, con la criatura entre ellos, trazan planes.

Juntos viven, guisan, comen, se lavan, crujen, codician y hacen noche. Y tras unos años, Moriano deja de conceder contacto. Su empeño por Luca -y con este el visto bueno a ceder su apartamento- se ha desdibujado. Endiosa al pato y se convence de que éste le prefiere. Desde la cocina, la estudia. Difícilmente ahogará un perfil tan confuso. Alcanza el cuchillo del pan y camina hacia ella, alerta a los crujidos del embaldosado, dejándose alelar por su olor y sus alientos. Tras él, a efecto del plan de Luca, el puño de la puerta gira. La luz se prende. A la mañana, Moriano despierta, se instala y se deja dominar en el psiquiátrico. A nadie le pesa la vida como Luca. Acoge la manía de esparcirse, vive por el pato y es feliz.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Vae Victis.

Para Spugnoir Jigg, por su insistencia

Acaban de nacer... a la muerte. Como si no hubiesen abandonado la oscuridad líquida de donde proceden, ensayan una danza extraña; entrechocan, se retuercen, parecen hundirse para después intentar en vano asomarse al lugar incógnito desde el que cayeron al abismo, como si necesitasen aire. Arriba, son contemplados por el hacedor desde la crueldad de su indiferencia, la de los antiguos dioses. En la inocencia irracional de quien ha sido recién arrojado ahí, sin objeto, algunos se afanan por prolongar lo efímero, sin saberse irremisiblemente condenados a un final próximo, mientras otros, perdida cualquier esperanza de auxilio en un tumulto que no acierta a comprender cómo la ruptura de la asepsia producida por su violenta irrupción constituye una condena a desaparecer, se precipitan al pesimismo de lo profundo. Las rugosidades mullidas de su piel no despiertan la conmiseración por un destino fugaz, de algún modo intuyen cerrarse la abertura de la luz que suponía la esperanza de una resurrección imposible. Avanza la tiniebla sin que reciban siquiera el recuerdo; se cierra la estancia y no hay comunicación posible; se huele lo fatal...

Pese a que casi se le olvida, antes de salir tiró de la cadena.

Ramón Soto