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sábado, 13 de octubre de 2012

"No hables", Premio Nobel de literatura 2012

"[...]
Mo Yan es una víctima de la Revolución Cultural China y esas son palabras importantes. Nació en una familia rural del norte del país, pasó hambre y sufrió el destino elegido por el Partido Comunista para él y para millones de campesinos. Dejó de estudiar, fue trasladado al sur y entró en el Ejército Popular de Liberación, donde empezó a escribir en los primeros años 80. La censura fue intransigente con él en los primeros momentos, hasta que el Partido empezó a levantar la mano. Sus novelas, en una parte sustancial, toman como tema ese momento histórico, el retrato de la vida en aquella China destrozada por los políticos comunistas.
[...]
Un Kafka chino, dice una caracterización bastante recurrente, en referencia ala claustrofobia de sus relatos. Sin embargo, Ángel Fermoselle, el editor que más ha apostado por Mo Yan en el mercado español (Editorial Kaila), tiene otra referencia: "Hay mucho de Gabriel García Márquez, a pesar de los miles de kilómetros que los separan. Está el realismo y está la magia y no a un nivel menor que en Gabo". Fermoselle dice que no puede elegir un "libro bueno" entre los de 'su nobel'. "Todos los son". Pero si tiene que elegir uno como el más querido, se acuerda de 'Grandes pechos, amplias caderas', (Ver entrevista) que narra la vida de Shangguan Lu, una mujer maltratada por su familia política por no 'ser capaz' de engendrar un varón. Antes, la primera noticia que tuvieron los lectores españoles de Mo Yan llegó a finales de los años 80, cuando la película 'Sorgo rojo' de Zhang Yimou (1987) adaptó otro relato suyo sobre una chica obligada a casarse con un anciano enfermo de lepra. Esta misma mañana, el nuevo Nobel ya ha tenido la ocasión de agradecer el fallo. Según la agencia Dpa, el escritor chino se siente "tremendamente feliz y asustado" por el premio. El escritor se enteró de la noticia en su pueblo natal, Gaomi, en la provincia oriental china de Shandong. Normalmente reside en Pekín, pero se trasladó a Gaomi para pasar un par de semanas con su padre. [...]" 
Diario "El Mundo", 11/10/2012

Y así escribe Mo Yan:

"El sol del mediodía calentaba con fuerza y el aire polvoriento transportaba el hedor del ajo podrido después de un prolongado periodo de sequía. Una bandada de cuervos de color índigo atravesaba cansinamente el cielo, proyectando una sombría cuña sobre el suelo. No hubo tiempo para trenzar el ajo, que se amontonaba desordenadamente sobre la tierra, y emitía una insoportable fetidez en su proceso de cocción bajo el sol. Gao Yang, cuyas cejas se inclinaban hacia abajo en los extremos, se sentaba en cuclillas junto a la mesa, sujetando un tazón de caldo de ajo y conteniendo las náuseas que procedían de su estómago. Aquella apremiante llamada había atravesado el hueco de la puerta justo cuando estaba a punto de tomar un sorbo del caldo.
Reconoció la voz del jefe de la aldea, Gao Jinjiao. Gritó una respuesta mientras soltaba apresuradamente el tazón y se dirigió a la puerta.
—¿Eres tú, Tío Jinjiao? Pasa.
Ahora la voz sonó más amable:
—Gao Yang, sal aquí un momento. Tengo que hablarte de algo.
Sabiendo las consecuencias que acarrearía menospreciar al jefe de la aldea, Gao Yang se volvió hacia su hija ciega de ocho años, que se sentaba impertérrita a la mesa como si fuera una oscura estatua, con sus hermosos de invidentes ojos negros abiertos de par en par.
—No toques nada, Xinghua, porque te puedes quemar.
La tierra recalentada le quemaba las plantas de los pies y el intenso calor hacía que le llorasen los ojos. Mientras el sol golpeaba su espalda desnuda, se quitó un poco de suciedad del pecho. Escuchó el llanto de su recién nacido en el kang, una tarima de ladrillo que servía como lecho familiar, y le pareció que su mujer murmuraba algo. Por fin había tenido un varón y ese pensamiento le reconfortaba. La brisa del sudoeste le trajo la fragancia del mijo recién brotado, y eso le recordó que se acercaba la temporada de la cosecha. De repente, su corazón se encogió y un escalofrío recorrió su espalda. Deseaba desesperadamente dejar de caminar, pero sus piernas seguían impulsándole, mientras el repugnante hedor de los tallos y las cabezas de ajo le hacía llorar los ojos. Levantó su brazo desnudo para frotárselos, seguro de no estar llorando."

"Las baladas del ajo".
Editorial Kailas, 2008 


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