Punto de encuentro para todos los que quieran contar historias, opiniones, vivencias... Mandad vuestros escritos al correo de contacto con vuestro nombre y apellidos o participad en los comentarios. Aquí encontraréis también fuentes de información, herramientas muy útiles para estar al día, conocer lo que nos rodea y construir opinión crítica.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Hedía a humedad.

Por César Rodríguez García
(1º de Bachllerato ciencias)


Hedía a humedad. No había más luz que la que producía un minúsculo farolillo de neón, colocado en el centro, de forma inquietantemente precisa, pues desde ninguna perspectiva lo podías ver más o menos alejado que de otra. La pared, acartonada y débil. Podía dibujar cualquier cosa en ella con mis uñas, incluso siendo estas más cortas de lo habitual. No obstante, imposible era encontrar, por mucho empeño y escudriño que se emplease, manera de salir de ahí.
Tenía tiempo, para pensar o descansar, y aun así sentía que me faltaba. Quería dudar, pero no podía, pues me poseía una inquietante necesidad de mirar al faro de neón, donde no veía sino un reflejo de mí mismo, no corpóreo, sólo luz, luz que me decía que no necesitaba dudar, que no tenía utilidad, que sólo debía mirar. Mas el ruido de fuera era angustiante. Extrañas psicofonías procedentes del exterior, que no hacían sino demostrarme la existencia de ese exterior, pero sin decirme lo que en él había.
Y ningún dolor físico podía alcanzarme, ni podría jamás, pero casi lo deseaba, ya que el dolor era lo único que podía despertarme de esa visión, ese encarcelamiento. Y en el centro de la estancia, la luz seguía mirándome, consolándome pero ocultándome verdades. Entonces dejé de oír.
La potencia del foco aumentó, dejando ver el techo de la habitación y dos grandes ventanales, rectangulares con las puntas redondeadas, colocados de forma horizontal uno en cada extremo del lugar, cara a cara. Sin embargo, no podía ver lo que tras ellos había, ni podía escapar por aquella vía. De hecho, no podía moverme. Repentinamente, volví a ver nada, ya ni mi cuerpo, sólo la luz y mi yo en ella. Me sentía abandonado en el interior de una caja, pero no debía tener miedo, pues ya nada malo podía pasarme jamás. Allí tenía todo lo que necesitaba.
Y supe que nada allí existía, y lo que existía era lo que no veía, pero no lo encontraba imprescindible, ni por asomo. Sólo se iluminaba la oscuridad, la misma inexistencia. Y al fin descansé, pues allí tenía todo lo que necesitaba.


2 comentarios:

  1. :O!
    Muchas gracias al profesor por darme el capricho de permitirme oir mi obra favorita de Bach mientras le echo un vistazo al blog.

    ResponderEliminar
  2. perdon por no haberte escrito antes pero muy bonita esa obra

    ResponderEliminar

Deja aquí una opinión, un comentario