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viernes, 25 de junio de 2010

Ramón Soto. Monólogo.

Hola a todos los seguidores de este blog.
Don Ramón se quiere despedir de todos nosotros con esta colaboración que le ennoblece y ennoblece este humilde sitio de la red.
(En secreto os diré que él cree que se puede despedir así; lo que no sabe es que nosotros no tenemos en nuestro vocabulario la palabra "despedida", "adiós" , ni sus sinónimos ...)

El servicio contestador de Telefónica se encargó de despertarlo a primera hora porque el día anterior pues ya te llamo con lo que sea y te comento, venga, muchas gracias, su móvil se había quedado, junto a aquel calendario con motivos artísticos que solo el compromiso de un regalo a ver si nos vemos otro día cuando esté menos ocupada y ya me invitas a algo le había impedido tirar, sobre la mesa de su despacho. Antes de salir, mientras su cepillo de dientes nueve de cada diez dentistas te lo aconsejan se sacudía el agua sobrante, el hueco que dejaba el pequeño recipiente tiene que tomar dos al día o una siempre que le venga esa ansiedad le recordó, por suerte una receta anterior lo esperaba, que la calle de la farmacia esto no se lo puedo vender sin el volante médico, lo siento, no estaba lejos. Entretanto, el espejo volvía a preguntarle qué estás haciendo aquí. La radio ralentizaba el atasco a mí no me parece una idea tan mala que se instalen cámaras de vigilancia en las calles principales, los demás coches seguían pareciendo ataúdes creo que debemos pensar en la seguridad de los ciudadanos, aquella mancha en el asiento le recordó su ausencia unos minutos de publicidad y volvemos.
El día nuevo le hizo recuperar el móvil lo vi ayer, pero ya te habías marchado cuando quise decírtelo, nadie había llamado. Contratos a punto de cerrarse no, no me he olvidado de lo suyo, correos respondidos espero que podamos colaborar de manera continuada, recibo de firme aquí, por favor, aburrimiento. Durante la pausa del mediodía, el recuerdo de aquel grupo que lo cautivó de adolescente we hope that you choke lo llevó a aquel supermercado de la cultura si no lo tenemos es porque no existe, y fue su tarjeta la que suplió la falta de efectivo. La monotonía se lo fue tragando espero que podamos seguir colaborando juntos hasta que su casa volvió a ofrecerle ese simulacro de arropamiento que cada vez le parecía más extraño quién eres tú.
La cena, mínima, fue ante la pantalla del ordenador. Las fotos subían a su muro mientras qué guapo el fin de semana los hilos abiertos cuánto tiempo hace que no sabía de ti, qué es de tu vida, se iban entretejiendo. Ese billete de avión de bajo coste al final no pudo ser. El cargador se resistía a aparecer, pero se conectó por fin al móvil antes de dormir. Se sentía un hombre libre.