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martes, 16 de diciembre de 2008

Bajo el sol.

Por Ramón Soto.

«and when I love thee not, Chaos is come again»
(William Shakespeare, Othello, III, 3)


Todavía hoy me sigo preguntando si aquella mañana hice bien al entrar en clase a las tres primeras horas en lugar de haberme quedado estudiando para ese examen de después del recreo. Cursaba primero de bachillerato y no estaba demasiado convencido de que aquello fuera lo mío. La tentación del abandono cada vez era más fuerte tras los resultados tan calamitosos de la evaluación que se avecinaba. El frío me poseyó al cabo de diez minutos en aquella plaza cercana al instituto y comenzó la lluvia, solo por esa debilidad me decidí a no escaquearme. Allí estaban los menos de mis compañeros, simulando, como haría yo mismo en un momento, prestar atención al hombrecillo parlante mientras ojeaban el libro entre sus rodillas. No sabría explicar por qué al recorrer el pasillo en pleno retraso la vista se me detuvo en ella, pero la coyuntura dejó de tener sentido. El madrugón, la falta de estudio, la mala nota segura, qué importaban frente al pelo que le rozaba la mejilla. Había algo que no alcanzaré jamás a definir, conque tampoco voy a intentarlo. Esas cosas, a esa edad, pasan, sin más. Un traspié que casi me tira al suelo me expulsó de la ensoñación, cuando ya casi me figuraba envejeciendo junto a ella. La risa general acalló mi indignación. Total, para qué seguir, mejor dejarlo. El examen, la asignatura, el curso, la vida. Lo estaba suspendiendo todo...

Entonces fue la bomba.

Luego nos enteraríamos de que sufrimos el primer atentado de lo que constituiría una larguísima serie contra objetivos civiles, que solo pretendió causar daños indiscriminados, sin reivindicación ninguna. Aún no he conseguido recordar con nitidez las primeras reacciones, impulsivas, despojos de mera supervivencia. El desconcierto se pierde en una maraña ensordecedora de escombros materiales y humanos. La primera explosión se produjo muy cerca de nuestra clase. Al minuto hubo una nueva, algo alejada. Luego otra más. El pánico se hizo carne, apresurado por escapar entre cordilleras de derribo y riachuelos de sangre. Cualquier dispositivo de emergencia se revelaba inútil, la jerarquía desapareció para dejar paso al caos natural. Puede sonar cínico, pero es ahí cuando se despliega la auténtica naturaleza humana, sin ese barniz tan endeble de la civilización. Y ahí fue cuando ocurrió el triunfo de la muerte. La última bomba la colocaron junto a la salida principal, donde habían logrado llegar solo los más fuertes. Evocarlo volverá a traer por siempre el espanto. Quienes nos quedamos atrás no pudimos escapar, paralizados ante el horror. Ella, presa de la histeria detrás de mí, me abrazó por puro instinto y me tomó la mano. Muchas veces he pensado que debería sentirme mal por la sensación tan extraña que me sobrevino en ese momento, y que aún perdura no sin cierta perplejidad, pero, en medio de la masacre, mientras todo a nuestro alrededor se derrumbaba, aquel roce supuso el único encuentro de mi vida con la verdadera felicidad. Miré al cielo. Había dejado de llover.

12 comentarios:

  1. es un buen relato, no estaría mal que ocurriera de vez en cuando.

    (risa)

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  2. Precioso.... lo cierto es que ha veces tiene que pasar una "desgracia" para que nos demos cuenta de lo que tenemos...

    Aunque no estaria mal que eso pasara de verdad...xDDD

    ¡Saludos!

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  3. Gran relato.
    El principio describe perfectamente lo que sentimos muchos de nosotros de vez en cuando, esa sensación de "yo no valgo para esto", y también los nervios anteriores al examen, el típico "no me lo sé", "se me ha olvidado todo" etc.(que en la mayoría de los casos lo suelen decir aquellos que al final sacan las mejores notas)

    Discrepo con lo de poner el libro en las rodillas, es mas usual los apuntes entre el libro de la asignatura que se de en ese momento, o sustitución de un libro por otro.

    Y una duda ¿cómo puede, el protagonista, ver que ha parado de llover si se supone que están en el interior del colegio?

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  4. Ramón, con respecto a la entradas, mañana César del BC1 va a darle mi número de teléfono, las entradas aún no han salido y yo mañana no voy a clase por preparar decorado y tal.


    cuando llegue al teatro llámeme y salgo un momento a darle las entradas

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  5. Supongo que el egoísmo forma parte de las personas. Al menos ese remordimiento te enaltece, si es verdad que lo tienes. Porque, si no sientes remordimiento por nada, algo va mal, ¿no?

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  6. Laura Rodríguez
    Es curiosa la forma de llamarle al profesor "hombrecillo parlante".Viniendo de usted el comentario, yo lo llamaría gran hombre parlante,por aquello de la altura.

    Por lo demás,comentar que el sentido metafórico del texto no se aleja mucho de la realidad.
    A veces tocar fondo te impulsa salir a flote.

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  7. ¿Quizás haya reflexiones demasiado grandes para ser una historia de un adolescente medio fracasado? No creo que seamos un buen molde para personajes que den de sí. Yo no combinaría un amor fugaz, hormonal, de esos que, "a esa edad, pasan, sin más" con juicios como "es ahí cuando se despliega la auténtica naturaleza humana, sin ese barniz tan endeble de la civilización".(Idea que, por otro lado, me recuerda a una que leí en Rayuela; algo como que las decisiones más humanas no son aquellas en las que pensamos, sino las que tomamos por instinto, que no controlamos y que acaban siendo todo lo que no querríamos que fueran.)

    Un saludo,
    Gonzalo Prieto Aparicio.

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  8. PD: creo que llego un poco tarde...

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  9. "Nunca se llega tarde a ningún sitio", leyó Cela al aceptar un Cervantes que él mismo había declarado antes "cubierto de mierda".
    En otro orden de cosas, quizá sea que no hay reflexiones demasiado grandes. Me resisto a creer que hayas claudicado al discurso oficialista; "La ilustración histórica es, en efecto, una especie de canosidad congénita, y los que desde niños llevan este signo por supuesto llegan instintivamente a creer en la vejez de la humanidad", escribía Nietzsche en su Segunda intempestiva. ¿Acaso el Aquiles de Homero es algo distinto a un adolescente caprichoso enamorado de su primo (es en el tránsito a la vejez taimada de Odiseo cuando se produce la perversión, el error de mímesis que abre un hiato histórico insalvable para la literatura occidental: a la heroicidad la sustituyó la astucia)?
    En cualquier caso, todo esto poco tiene que ver con mi tontería de hace ya tanto tiempo, que a veces el profesor se olvida de que es escuchado no porque tenga algo que decir (aquí todo el mundo habla pero nadie dice nada, yo el primero), sino porque así está establecido desde fuera, desde donde viene todo, todo. Es posible que rajar contra la adolescencia también sea un rasgo de la adolescencia que merece la pena.
    Gracias por revitalizar el blog, Gonzalo, no dejes de escribir.

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  10. El discurso oficialista, como yo lo entiendo, impide la innovación por parte del que lo acepta. Creo que no he cedido ante lo ya establecido por suponer incompatibles reflexiones sobre la naturaleza humana y tramas amorosas de quinceañeros, aunque quizás me empuje a ello la cabezonería.
    Yo pretendía apuntar hacia una posible incoherencia entre la manera de narrar (las ideas que van ligadas a la trama, etc.) y el propio narrador. El personaje tiene la madurez suficiente como para pensar de una manera profunda, pero no la tiene para aprobar tres exámenes ridículos. Entiendo que mucha de la gracia de la historia está en que el personaje no borde lo que hace, pero ¿por qué un alumno y no cualquier otra persona fracasada? No he leído a Homero y no sé si Aquiles era una fuente de sabiduría, pero el protagonista de "El guardián en el centeno" no se paraba precisamente a filosofar y lograba que hubiera homogeneidad entre ideas y situación personal.

    De todos modos, me equivocaré en mucho de lo que digo. Hablo por impresiones, casi por intuición, no por tener opiniones a priori. De hecho, antes de leer su historia no hubiera pensado ni la mitad en estas cosas.

    Un saludo,
    G. P. A.

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  11. Calladito te lo tenías, julandrón. No conocía este blog.
    El detalle de los Arnolfini me ha encantado, y también este último relato. Al fin y al cabo, ocurre, permíteme el símil cinematográfico, como cuando en "Casablanca" el mundo se está hundiendo y ahí están los protagonistas, con la mirada suspendida el uno en el otro. Tiene un airecillo a los relatos de Salinger que me gusta mucho. Te sigo leyendo. Besos. Isa

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